En la familia civilizada, el poder del padre se ejercía a través del respeto y del amor. La obediencia se obtenía con la amenaza de retirar el amor; y la desobediencia se vivía como un acto culpable de desamor filial. Al hijo en consecuencia, le resultaba muy difícil desobedecer, rechazar las normas paternas. Cumplir con el deber-placer, permitía la recompensa del amor paterno que siempre se deseaba recuperar. Así el dominado se sentía satisfecho de obedecer.
Los niños debían obedecer a sus padres que hacían todo por su bien... El padre nunca debía parecer injusto o malo a los ojos del niño (si golpeaba era malo); por eso utilizaría las penas naturales...:
- si una niña rompía la muñeca, se quedaría sin ella por el tiempo que le iba a durar la que rompió...!
- el niño que no estuviera a la hora de comer: se quedaría sin postre. La desobediencia era vista como crueldad filial.
En 1848 se prohiben los castigos corporales en la escuela; pero en la práctica los siguieron admitiendo.
Se pasa a una valoración del afecto materno y paterno, del amamantamiento y de la condena de prácticas bárbaras. Pero el niño, aunque amado, debía ser vigilado y culpabilizado pues era un bárbaro en estado de pureza (según la escuela vareliana y la iglesia).
La pedagogía practicada por padres, médicos, maestros y curas implicaba una cuota importante de represión de la sexualidad infantil (que en esta época no era reconocida como existente). Existía una obsesión del abrigo.
Para los niños se admitieron dos métodos: la vigilancia y la culpabilización interna, el temor: el mirar de la autoridad y el mirarse como transgresor. También se valió del amor paterno y el materno como herramienta culpabili-zadora (se amenazaba con dejar de querer como castigo).
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