¿Podremos contribuir a crear contextos no violentos?

Se puede preguntar: ¿querían los padres a sus hijos? Barran (historiador uruguayo) dice que no.

El hombre no estaba a la hora del nacimiento, de la enfermedad o de la crianza de los hijos. Mandaba a los hijos a estudiar lejos y aceptaba condiciones muy duras en los colegios (lo que se puede ver como un abandono encubierto).

Un padre, al ser saludado por la muerte de su hijo dice: "Hijos se hacen, carneros finos no".

En la relación padre-hijo se aprecia indiferencia, rigor, severidad. Lo que no hay en esta etapa, es el esfuerzo consciente (que deriva de la cultura), por comportarse afectuosamente con el hijo. La cultura de esta época evaluaba positivamente: la dureza y el silencio y negativamente las caricias y el afecto.

Muchos niños eran abandonados por sus madres (esto provocó la fundación de la Casa Cuna) entre 1820-1860; lo que desciende muy lentamente. A esto hay que agregarle los infanticidios (ahorcados). En esta época se perseguía a las madres solteras.

Los niños que sí eran aceptados: eran fajados, con lo que les impedía moverse. Recién en la segunda mitad del siglo XLX aparecieron testimonios favorables al amamantamiento (un siglo después de Rousseau).

Cifras muy altas de abandono, infanticidios, fajas y amas de leche caracterizaron la relación madre-hijo antes de 1860.

El abandono y el infanticidio eran una forma de control y disminución de la natalidad.

A partir de 1860 se condenó las penas físicas y se utilizó en su lugar la represión del alma. Se utilizó también a la policía, el ejército, la familia, la escuela, la iglesia y la medicina; pero se confió más en el maestro, en el cura y en el médico.

La culpa, verdadera piedra miliar de esta época, formó tanto la conducta represora como la oprimida. La sociedad represora, ahora civilizada (al decir de Foucault y Barran), sentía culpa si utilizaba fuerza física con los niños y los delincuentes en vez de escuela o penitenciaría correccional, y éstos debían sentirla por cuanto violaban normas que habían internalizado a través de esas instituciones. La represión del alma aparecía como el camino ideal para ejercer influencias (sus efectos son más permanentes) y a la vez ese método evitaba el horror ante el sufrimiento corporal (tabú moderno).

La mejor manera de controlar era que el dominado amase al dominador. La represión del alma traslada la culpa del dominador al dominado pues el desobediente era como un desamorado o asocial (lavado de cerebro). Así el oprimido se siente culpable, responsable de la violencia.

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